Pequeñas desgracias sin importancia -2014- Miriam Toews
Cualquier novela que leamos se vierte en lo que somos, en lo que sentimos, en lo que vivimos. Según la sustancia que la compone y según el receptáculo en el que cae, esa obra quedará como marca apenas perceptible, o como pisada profunda en el barro.
Este libro supone un impacto fuerte para cualquiera que entre en él, aunque la temática no le haya arañado en piel propia.
Miriam Toews ha derramado su vida en Pequeñas desgracias sin importancia.
En 2010 su hermana se suicidó. Unos años antes su padre también había buscado la muerte. La novelista canadiense tomo la decisión de no volver a escribir, pero asegura que el tiempo pasó y se dio cuenta de que lo necesitaba más que nunca.
Aunque hay detalles que se ha tenido que guardar, cree que ha conseguido diferenciar la realidad de la ficción, así se lo decía a Constanza Lambertucci en una entrevista en EL PAÍS México. Pero también explica que desea incluir su vida y sus experiencias en sus relatos, a pesar de los riesgos que eso pudiera conllevar. Necesita escribir “para vivir y para mantener la cordura”. Desea compartir su existencia para establecer “conexión con otros seres humanos”, para combatir su soledad y para que los que la leen se sientan también menos solos.
Consigue adentrarse en el que lee. Nos hace participar de su escritura.
Este libro tiene un resumen tan breve como duro puede resultar su asunto.
Yolandi la narradora va engarzando recuerdos familiares con el momento presente, en el que ha acudido desde Toronto hasta Winnipeg: su hermana mayor, Elfrieda, se encuentra en el hospital; ha intentado quitarse la vida de nuevo.
Los recuerdos van cayendo ante nosotros y vamos conociendo las circunstancias de esta familia de menonitas, estrangulados en su vivir por esta religión controladora hasta en los más ínfimos detalles.
Las dos chicas de la familia estaban unidas por un fuerte cariño. La menor de las hijas, Yoli, admiraba y quería a su hermana, Elf, cuando las dos eran niñas y más tarde cuando la mayor se convirtió en una pianista destacada, que había conseguido el reconocimiento internacional.
Ahora a Yoli le cuesta entender las pretensiones de Elf, cómo alguien tan brillante, tan amada, quiere dejar este mundo.
Cuesta, cuesta mucho, comprender que alguien renuncie a la vida; se te hace inaguantable si es una persona a quien quieres.
“Mi hermana me cuenta […] que tiene un piano de cristal por dentro. Tiene un miedo horrible a que se le rompa.”
Con sus conversaciones en el hospital vamos viendo la situación de forcejeo de sus dos almas: “Ella quería morir y yo quería que viviera y éramos enemigas que se querían.”
Yoli entiende a su hermana, pero a la vez tiene que luchar contra lo que pretende. Se sabe impotente y a la vez siente que debe defenderla de ella misma. Esa es la novela.
Una trama literaria que se hace amontonando sensaciones, impresiones y fogonazos de realidad, que percibimos ciertos, muy próximo a la vida. Es difícil sistematizar el sentimiento, por eso las palabras en el texto, sus ideas, corren erráticas, y también se alzan llenas de verdad.
Cuando Elfi le solicita a su hermana una ayuda muy especial, esta sabe que tan difícil resulta apoyarla como negarle el auxilio. A nosotros nos deja una grieta moral por la que resbalamos hacia lo más profundo. ¿Cuál hubiera sido mi reacción? Me caen encima las dudas.
“Huele a miedo y me doy cuenta de que soy yo. Me da la impresión de que no tengo piel suficiente, de que hay partes que debería tener cubiertas pero se me ven.”
Miriam Toews novela lo trágico con cierto humor, como queriendo quitarle aspereza al puro dolor. Pero lo consigue apenas porque el desconsuelo más profundo te quema desde el principio igual que una bocanada de fuego.
Cualquiera que haya cuidado a alguien en un hospital reconoce el placer indescriptible que es alejarse de los focos de la dolencia, como si el dolor desapareciera por un momento, escondido tras algo cotidiano. Lo que hace Yoli cuando salta los escalones de la clínica de dos en dos para salir, es comprar algo, poco importa qué; visitar a su amiga y beber y comer con ella...
Qué cercano se ve todo.
Destaca el reproche a los servicios de psiquiatría: “Si no te queda más remedio que acabar en un hospital, intenta concentrar todo el dolor en el corazón y no en la cabeza.” En ellos se estigmatiza al enfermo.
Muchas veces nos atrevemos a confundir sus dolencias con algo cercano al capricho. Dudamos de su deseo de restablecimiento. Creemos que es fácil salir del nudo de cuerdas que los atrapan.
En la familia todos viven aterrados la situación, buscan rincones donde esconder el desasosiego, donde el pánico no les alcance.
“Mi madre y ella estaban bromeando en plautdietsch, como siempre guardándose el miedo para sus adentros.”
Mientras el desgarro familiar se esparce, la vida sigue y la hija de Yoli le pide a su madre un remedio para las hormigas que han aparecido en casa durante su ausencia.
Literatura que se puede tocar. Palabras que se estrellan contra la impotencia.