El río de la desolación (2004) - Javier Reverte
En el 2002, y durante tres meses, Javier Reverte se deslizó por el ciclópeo Amazonas desde su nacimiento hasta su desembocadura.
Para buscar el manantial de donde surge el río subió hasta 5672 m en el altiplano de Perú: hierbas amarillentas, aire frío, piedras y unos pocos seres humanos con sus animales. Te cuesta imaginar cómo puede la vida abrirse hueco en esa dura geografía.
Tras recibir las aguas de más de mil ríos -algunos entre los más largos del planeta- y recorrer muy por encima de seis mil kms, se abre en un descomunal estuario de 250 kms de ancho. Es un laberinto de aguas que riega la enigmática Amazonia.
Las palabras de Reverte en este libro trazan las corrientes, sus orillas, sus poblaciones, los hombres y mujeres que las habitan; y la jungla amenazadora, de un verde apelmazado. Pero sus palabras conllevan también la reflexión sobre la intervención del hombre a lo largo de los siglos en este espacio.
Dos ríos paralelos nos regalan estas páginas, el de hoy y el que fue desde que Francisco de Orellana lo recorriera en su casi totalidad.
Reverte se muestra como un viajero paciente, que se mueve con aparente sosiego, que mira lo que le rodea, que se desplaza en los barcos de la gente de allí, huyendo de la exclusividad de los turistas. Él se instala en los hoteles que encuentra, sin exigencias. No hay temeridad en este viajero, sabe cuándo hay que ser prudente; busca los mejores guías locales. Tiene encuentros y tertulias en sencillos bares y restaurantes, habla cuando quiere, sabe escuchar lo que le interesa.
Los navíos siempre salen con retraso, ejércitos de vendedores toman al asalto las cubiertas para ganarse la vida. Al anochecer, plagas de mariposas, mosquitos y cucarachas. Nada le hace perder la paciencia.
Entre los viajeros también hay vacas que acompañan a sus dueños; o gallinas, que picotean a los pies del que lee tranquilo en su hamaca. Los trayectos en barco no se le hacen tediosos, todo es nuevo y se acompaña de la lectura (al comienzo lee La vorágine). Las poblaciones que visita tuvieron tiempos mejores, las construcciones de la orilla destilan pobreza.
Según va recorriendo Iquitos o Manaos nos traslada al otro río, el de ayer. La época del caucho, momento de luces y terror. Una sombra demoniaca domina el río y su entorno, la de los terribles reyezuelos del oro verde, hombres codiciosos y depredadores. Genocidas.
Es muy interesante la historia del irlandés de consiguió con su denuncia sensibilizar a los pueblos civilizados para que detuvieran aquellas atrocidades. Aunque antes de hacerse eco de las acusaciones, esos pueblos civilizados, procurarían asegurar la producción cauchera para sus industrias.
¡Qué poco imaginaban los que se servían de los neumáticos, producto estrella del caucho, las vidas que este estaba segando en la Amazonia! Y al lado de la muerte la riqueza lujuriosa de Iquitos y Manaos en su ayer cosmopolita. En la primera se dice que el champán francés y el agua de Vichy manaban desbocados. De la segunda se comenta que a principios del XX era cuatro veces más cara que Nueva York.
Otra etapa negra del Amazonas lo constituyó el loco deseo de construir un ferrocarril que uniera los Andes con el océano. ¡Cuántos indígenas desaparecieron por culpa de esta paranoia y con ellos tantos y tantos trabajadores que llegaron de fuera! Las condiciones de trabajo eran terribles, las enfermedades de la selva sus mayores enemigos.
Pero de nuevo captamos un río con luz porque la historia se llena con los que traían apoyo a los habitantes con técnicas nuevas; y se llena también con los que vinieron y siguen llegando para estudiar el gigante verde.
Cuántas curiosidades nos regala Reverte, cuantos detalles históricos, cuántos libros citados, cuantas reflexiones interesantes, cuántos datos, cuántas historias. Cuántas aventuras, que se hallan entre la literatura y el mito.
Cuántas almas humanas pudo entrever en este viaje, tan pegado a la realidad. Como esa prostituta que se vendía en una triste canoa por dos soles, el equivalente a sesenta céntimos de euro.
“…vivimos en la peor miseria rodeados de la mayor riqueza: árboles, peces, dicen que oro y petróleo…, y casi nos morimos de hambre todos los días. Éste es un lugar olvidado del mundo, un salivazo en el mapa.” Así se describía un natural de la zona.
Y otra vez el río de luz detrás de todos aquellos que conseguían vivir y gozar en su tierra.
Aunque es probable que el hombre termine marchándose y la naturaleza se adueñe de lo que siempre fue suyo.