Especie -2021- Susana Martín Gijón
Este libro es como un vaso de agua fresca cuando aprieta la sed. Lo agarras firme, sientes el cristal frío, y no puedes bebértelo a sorbos, te lo viertes dentro con avidez, sin parar; hasta el final.
Pero mientras bebes notas algún poso en el líquido que se te agarra en la garganta.
Esta novela policiaca tiene una densa trama, sólida y bien engarzada. Pero arrastra ciertos residuos en forma de comentarios críticos algo tópicos, chistes fáciles o cierto humor negro, que se me han agarrado también a la garganta.
¿Dónde situar esta novela con respecto a la panorámica negra española?
Lejos quedan ya aquellos textos de Francisco García Pavón, que a partir de 1965 creó el primer policía español protagonista de una serie, Plinio, jefe de la policía local de Tomelloso. En esos escritos el tema detectivesco se mezclaba con elementos costumbristas y cierta crítica social, la que se podía en aquellos momentos. Lejos quedan también los relatos protagonizados por Pepe Carvalho, el verdadero personaje fundacional del género en nuestro país -a decir de la crítica-. Su autor Manuel Vázquez Montalbán no fue el único, pero sí uno de los más destacados. El género se convirtió con él en una atalaya desde la que mirar lo que sucedía en la España del momento y un espacio perfecto para una crítica solvente y dura de todo cuanto articulaba los setenta; tan relevantes en nuestro devenir porque se empezaba a salir de la dictadura y ante nosotros se abría un mundo holgado y nuevo.
Cada día son más numerosas en nuestro país las publicaciones en el ámbito de la literatura policiaca, y aunque comentarios y opiniones siguen siendo frecuentes aquella crítica social de los ochenta ha dejado de ser una característica esencial, como lo era entonces. La superproducción conlleva más repetición de los modelos.
Ahí debemos situar la novela de Susana Martín Gijón.
La autora de Progenie, primera parte de la trilogía, ha elegido este comienzo, que ahoga, para Especie: El hombre se despierta. Al principio no ve nada, pero poco a poco distingue que desde alguna parte se cuela un hilo de luz. […] No sabe dónde está ni cómo ha llegado hasta ahí. Solo sabe que todo el cuerpo le duele terriblemente. Difícil discernir qué parte tiene más lastimada. Está de pie, pero tan débil que no sería capaz de sostenerse por sí mismo. La razón por la que no resbala y se deja caer es porque no puede. Está literalmente encajado entre cuatro paredes que le llegan a la altura del cuello. El cuello. Hay algo que le mortifica. Trata de mirar hacia abajo y un metal frío y cortante se le clava en la barbilla.
Entre los días 6 y 15 de un octubre muy caluroso en Sevilla, el grupo de la Brigada Criminal, al mando temporalmente de la inspectora Camino Vargas, tendrá que enfrentarse al hallazgo de tres cadáveres con claras muestras de ensañamiento.
Si Camino siente un rechazo total por el crimen, cuando este presenta adherencias sádicas, se convierte en feroz enemiga del transgresor y pondrá toda su capacidad e intuición en combatir al malvado. En esta ocasión va a disfrutar de la ayuda del verdadero responsable del grupo, Paco Arenas. En el caso anterior una bala lo había llevado al coma, en esta ocasión se recupera en casa y en encuentros semanales con Vargas le da la réplica a Camino y le ayuda a sacar la aguda policía que es.
Unos encuentros que cada vez con más intensidad se colman de una pasión que la esposa de Paco mira con recelo.
La autora nos guía por las distintas pesquisas que los policías tendrán que realizar. Lo hace de forma metódica, admirable, sin dejar ninguna rebaba.
Los lugares donde aparecen los cuerpos castigados son de gran relevancia, Martín Gijón los ha estudiado bien.
Ha sabido introducir y enlazar, sin confundirlas, dos intrigas, y lo hace tan bien que siembra la duda en el que lee. Va dejando indicios falsos muy bien articulados.
Los personajes son ya conocidos de la novela anterior, solo falta Teresa porque se jubiló, la sustituta Eva Gallego resultará un elementos esencial, sobre el que se apoya la acción.
Yo creo que la autora debería limitar la caracterización de personajes a sus actuaciones laborales, alejarse del estrato personal y familiar de cada uno, porque son demasiados y corre el riesgo de reducirlos a un simple apunte impreciso. Por eso los secundarios resultan poco peculiares.
Solo el retrato de Camino, protagonista absoluta debe centrar su atención, y la centra, a ella sí la matiza. Sigue siendo una mujer excesiva, a veces pienso que ha tomado un rol masculino como modelo para crearla.
Según los cánones de belleza actuales, le sobran diez o quince kilos. A ella esos estándares sociales le importan un pimiento. Ya hay bastantes reglas que obedecer en la vida de adulta como para autoimponerse alguna más.
Aquí te llamas Gallego. Esa es una de las primeras cosas que tienes que aprender. Que, mientras yo sea la jefa, te llamas como me parezca y haces lo que yo diga. Y que aquí se investiga lo que a mí se me ponga en los ovarios.
Las mascotas de la policía viven en un terrario, son hormigas. Me sigue pareciendo un hallazgo muy afortunado porque la dibuja bien.
Sus emociones solo afloran cuando está sola, es una mujer sensible, los animalistas pueden “cargarla un poco”, pero no acepta el maltrato animal que ve en un matadero. Esta es Camino Vargas, le gusta bailar salsa y jugar al ajedrez.
Susana Martín Gijón contextualiza sus novelas, pero no llega demasiado lejos en su espíritu crítico. Destaca un noticiario que escuchan dos personajes: “[…] otro futbolista que ha defraudado a Hacienda, otro naufragio de una barca en el Mediterráneo, otra inundación en un país caribeño que necesitará años para rehacerse de la catástrofe.” Aborrece los maridos que confunden a las esposas con personal a su servicio: “-María, ponles un café. Ella se va a la cocina sin rechistar.”
Una buena trama lastrada por comentarios demasiado previsibles: los pobres giris que pagan cinco euros por una cerveza, que desembolsan 400 euros por un alojamiento para el fin de semana, tanta gente ociosa por las mañanas en la ciudad, contenedores que apenas se usan…
Quizás no hay que reprocharle tantos tópicos a la autora, en la vida real los sufrimos también.
El final se presenta poco verosímil, pero qué me importa. Estaba fresca el agua.