La taberna de Silos -2023- Gonzalo G. Acebedo
La taberna de Silos aparece como una novela que aprieta entre sus páginas dos tipos de ficciones, la histórica y la policiaca. Se percibe sin pretensiones creativas innovadoras, pero con una fábrica sólida.
El autor, que se esconde detrás del seudónimo Lorenzo G. Acebedo, ha localizado la trama en el siglo XIII, donde se mueve con garbo de conocedor que no rehuye epatar. Ha construido una minuciosa intriga detectivesca, con ningún ingrediente original respecto al modelo clásico del género, pero con la maestría del que sabe: una historia llena de cruces, giros y vericuetos grandes, pequeños, oscuros, escabrosos y hasta con cierta carga cómica.
Lo que diferencia a esta novela es el espesor de su cáscara, lo que queda fuera del enredo indagador.
El texto de su intriga está armado con una escritura erudita. Una lengua trabajada y un vocabulario escogido, con el encanto de lo antiguo, de lo caduco, incluso.
La historia se adereza con contenidos varios y bien canalizados. El autor maneja con dominio los temas que toca, conoce los detalles técnicos del mundo de los monasterios, de las órdenes religiosas, de la fabricación del vino, de la pericia del copista y el manejo de sus instrumentos y de la tinta… Resulta satisfactorio y ameno.
“Ahora que el orden ha cambiado”. Ese ahora es el momento – treinta años después de que viviera los hechos– desde el que escribe Gonzalo de Berceo, el relato que leemos es el recuerdo del adulto que rememora algo de su edad joven. El narrador parece fundirse con el autor en la perspectiva cínica y moral de lo que fue todo aquello. Todas las pasiones humanas ocupaban los espacios internos de los edificios religiosos, retumbaban entre sus muros.
En el seno de esas construcciones, con unos moradores menos entregados a la loa divina de lo que cupiera pensar, también se albergaba “la pasión por el arte, los códices miniados, los alejandrinos de la cuaderna vía, los saberes secretos y los escolásticos, los herméticos y los prohibidos…”
Parte del relato te obliga al sosiego lector, se deslizan pensamientos que te invitan a la reflexión, se remansa la expresión con ilustración. Mientras que los pasajes donde se plasma la acción investigadora te espolean y quieres correr para averiguar.
Lorenzo G. Acebedo te maneja a su antojo, te frena cuando tú quisieras avanzar desbocado para hallar respuestas, que no van a llegar hasta la última página. El autor juega, se divierte con la escritura mordaz; quizás porque se atrinchera detrás de ese nombre inventado.
La novela comienza, brillante y arriesgada en un capítulo denominado Pórtico. El banquete. Es un inicio in media res, el décimo día de los dieciséis que estuvo allí, en Santo Domingo Silos, el Sherlock Holmes medieval, Gonzalo de Berceo. No parece acertada la elección de la personalidad elegida para representar al investigador.
En el refectorio, donde se hallaba en ese primer capítulo, Gonzalo se veía rodeado de monjes que eran una representación de la condición humana que se movía fuera.
En fragmentos posteriores se van a describir los días previos, que nos explicará qué hace en Silos un monje de San Millán. Llegó enviado por su abad, que le pidió que fuera hasta el monasterio vecino para copiar un manuscrito latino, que tenían allí, sobre la vida del santo fundador y que lo convirtiera después en un poema en castellano. Tal documento no era más que una invención del propio abad por conveniencia pecuniaria de su congregación. Explica sarcástico el narrador. Siempre se procuraba cobijar en las abadías algún documento o reliquia que atrajera peregrinos, y sus dineros.
Pero la finalidad última de aquella estancia allí de Gonzalo era otra, debía negociar la unión de ambas entidades contra el papa y sus obispos, que por entonces pretendían quitarles la influencia a los monasterios, la que habían disfrutado durante siglos y que tocaba a su fin.
El recelo entre los dos abades era grande, las relaciones entre los dos monasterios nunca habían sido buenas, por cuestiones de jerarquías y también de la calidad de sus uvas. “[…] el vino de las orillas del Duero es mejor que el de las riberas del Ebro, del río Oja.”
Dos de los factores que articularán la obra se adivinan ya: el certero fresco histórico que va trazando el autor y las luchas de poder que articulaban el mundo religioso. En estas el autor se muestra incisivo.
Van apareciendo los personajes secundarios que apuntalan la trama. No falta la cuota feminista, las pocas mujeres que aparecen se destacan por salirse de la norma. Aunque a veces estorbe el tópico facilón: “[…] intentar saber lo que hará una mujer es como adivinar hacia qué lado emprenderá el vuelo un pájaro desde la rama de un árbol.”
De forma habilidosa nos va introduciendo Acebedo también en la vida pasada de Gonzalo, el trauma que le dejó la participación en la guerra o cómo llegó al estamento eclesiástico.
Se descuelga el primer cadáver. Despega la acción. Tantas veces rota porque Acebedo nos deja algunos juicios personales, fáciles de compartir.
“Dos intentos de dar forma al misterio inalcanzable que es siempre la vida de cualquier hombre”. “[…] supe que la vida no es más que un destello leve debajo de las formas, y también que mis versos, como la piedra, se detendrían frustrados en la superficie, sin llegar a calar en la vida.