Las grietas de Jara (2009) — Claudia Piñeiro
Esta lectura encandila y decepciona. Claudia Piñeiro, ingeniosa malabarista de tramas, consigue armar una intriga que va escalando en viveza y nos lleva detrás corriendo sin aliento, persiguiendo los sorpresivos eventos. Aunque también es cierto que la autora recuerda a sí misma, se reconocen demasiados elementos de Tuya en esta novela.
No es novela policiaca aunque la historia se vista de negro, tiene tintes cáusticos, sociales y existenciales.
Una frontera temporal articula la historia; tres años atrás, una noche de la que los arquitectos se prometieron no volver a hablar. Una inesperada visita a su estudio, “Arquitecto Borla y Asociados”, trae a flote lo que se quiso hundir entonces.
Pablo Simó, el protagonista, trabaja allí desde hace 20 años, bajo las órdenes de Borla, junto a Marta, la tercera profesional. Mucho han cambiado los destinatarios de sus edificios. Ahora en sus construcciones hay más laundry y menos lavaderos. Se han trabado con el negocio urbanístico bonaerense. Solo importan los dividendos, nada debe estorbar una venta.
Un hombre de poco ánimo, Simó, un arquitecto que no crea, construye sometido al cesarismo de su jefe. Sin embargo, amasa un sueño entre sus papeles, construir una torre de once pisos, con orientación norte. Repite su dibujo una y otra vez. Es de esos anhelos que uno prefiere ocultar, porque pertenecen a territorios imposibles. El proyecto carece de viabilidad porque no es rentable.
Se casó con la novia de la adolescencia porque lo derrotó el aburrimiento. Su mujer lo ha encerrado en un traje conyugal que Simó viste sin oponer resistencia, aunque nota que no le sienta bien, que le aprieta de todos lados; pero calla. Adora en secreto a su compañera de trabajo, ella lo hipnotiza. Tiene una hija, la quiere, pero en esa casa los sentimientos se callan. Solo luce una pauta, la que marca la esposa.
Nunca se ha mirado demasiado a sí mismo. Quizás por miedo a lo que pudiera encontrar.
Pero alguien lo estudia mientras él arrastra una existencia llena de rituales y costumbres. Su lápiz Caran d’Ache siempre enganchado entre el segundo y el tercer botón de su camisa, con la punta hacia adentro por debajo de la tela. Simó no cae en la paranoia; si la sufriera, tendría la identidad del perturbado mental, pero a él le falta toda entidad hasta que Nelson Jara se le aparece.
Nelson Jara anotó en su cuaderno todas las singularidades del arquitecto. Tenía sus motivos, los iremos descubriendo. Él es el otro gran protagonista de la novela. Un hombre muy distinto al que descubrimos en sus primeras apariciones.
Las grietas de Jara tienen dos paraderos. Unas están en su casa, motivo central de la novela; otras están fracturando la dura carcasa que comprime a Pablo Simó. Jara, sin saberlo, le va a dar impulso para iniciar un vuelo que lo libere de un nido de rutinas que lo borran.
“ - Y más asustado también.
-¿Asustado de qué? —pregunta Pablo.
-De que la vida termine siendo esto —le responde—, nada más que un pequeño fastidio suave pero permanente que no duele ni mata, pero seca.”
Así le responde en su cabeza su antiguo compañero de facultad, el Tano Barletta, cuando lo imagina sentado frente a él en la mesa de un bar. Eso siente Pablo en la salmodia de su día a día, que le bebe el jugo de la existencia.
Nelson Jara entra en contacto con él en el estudio de arquitectura, le remueve la conciencia; a nosotros lectores también nos cuestiona en lo más profundo. ¿Quién es este hombre? ¿El que vemos? Salta aquí el tema de la identidad. ¿Somos algo distinto de lo que los demás ven?
Atada a Jara, Leonor –otro personaje destacado-, se acoplará a Pablo Simó. Ella le abrirá el baúl de su pasado, cuando le haga recordar su momento estudiantil y los recorridos con su condiscípulo por las edificaciones de Buenos Aires, discutiendo sobre las opciones más rompedoras. Aquellos tiempos quedaron atrás.
Jara y Leonor son como elementos de un juego de construcción, hasta que no se coloca la última pieza no se sabe cómo son, quiénes son, qué empuja su actuación. Ellos dos sacarán a la luz un nuevo Pablo Simó.
Hoy Pablo no tiene amigos, ni siquiera cobija en su corazón un equipo al que animar. Pablo no sabe qué es el amor. Nelson Jara sabe todo eso, y lo elige, ¿para qué? El enredo en carambola ayuda a Simó a desprenderse de una sustancia pegajosa que lo aprisionaba desde mucho tiempo atrás, sin que Simó hiciera algo para evitarlo. Ya era así desde niño. “Si hasta de chico creían que era daltónico porque pintaba todo de marrón por no sacarles punta a los otros lápices.”
Leonor también ayudará a Pablo a rasgar su corsé. En una imagen poco sutil, vemos cómo Simó, empujado por un encargo de la chica, deja el metro, su medio habitual de transporte –enterrado-, para salir a la superficie en autobús, y desde ahí mirar la ciudad con nuevos ojos, en una geografía detallada.
Vamos cercando los hechos, avanzamos como en una danza, con movimientos suaves nos encaminamos hacia el desenlace, tan inesperado.
O no tan inesperado porque en Tuya pasaba algo similar: la liberación por una vía poco ortodoxa, bañada de cierto humor negro.