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Cuando un padre se hace viejo, tú eres el siguiente.

Los siguientes -2024- Pedro Simón

 

El libro de Pedro Simón embebe la vida que rezuman los pequeños mundos que reconocemos a nuestro alrededor.

“El primer día que tuve que limpiarle el culo a mi padre, me mentí diciéndome que era igual que cuando se lo limpiaba a mi hijo.”

Un comienzo que busca el impacto, y lo consigue. Pero podría haber estrujado más las palabras hasta conseguir algo más punzante y sutil.

“Cuando eres joven, te ríes de todo y, cuando vas cumpliendo años y más años, tienes la sensación de que todo se ríe de ti: la salud, tu cuerpo, las corvas, las tragaderas, el hacer del vientre, la memoria.”

Así se asoma Antonio -uno de los protagonistas- a nuestra fragilidad desde el peldaño de sus casi noventa años. Hoy le toca al él, Los siguientes somos nosotros.

La novela de Pedro Simón habla de la vejez en un tipo de familia muy reconocible en este país. En los sesenta el marido tiró de la esposa para que dejaran atrás el pueblo por Madrid, como ya habían hecho varios de sus convecinos. Era el mejor destino donde sembrar su esperanza.

En la capital fueron atando los cabos para armar un  clan cohesionado. Ajustados por la estrechura de los tiempos, avivados con el deseo de dar a los hijos lo que ellos no tuvieron: un retrato en colores desvaídos de la España del desarrollismo.

Muchos padres de esa época quisieron crecer en sus hijos, les prestaron sus sueños, como se dice en la dedicatoria del libro. Jugaron con ellos menos de lo que hubieran deseado. Estos hijos se sienten agradecidos y no eluden lo que creen su obligación.

El texto se adentra en la memoria de la familia, derrama una vida que invita al propio recuerdo. Los primeros lujos que entraron en la casa, las canijas vacaciones en la playa, los días sin reloj en la parcela.

Pero en cualquier momento las ligaduras pueden abrirse: “Todas las familias se anudan en la memoria. ¿Pero qué ocurre cuando la memoria te devuelve al horror?”

Con  habilidad narrativa el autor crea momentos de profunda conmoción, el primero fue aquel accidente terrible que envenenó sus días. Cuando llegamos a este punto en la lectura, a esa enorme piedra que les lastró la vida, nos falta el aire. Caen la  pena y la culpa, pero se resbala el perdón como si intentaras cogerlo con las manos empapadas en aceite.

Pero el tiempo y la vida siguen goteando por no hacer mudanza en su costumbre.

El padre enviudó, ahora ya hace mucho que dejó atrás los ochenta. Los tres hijos saben que no puede estar solo; sin demasiados dilemas, deciden repartirse su cuidado, tenerlo en casa dos meses cada uno.

Cada capítulo se identifica con el nombre del cuidador de turno. Vamos conociendo a los tres personajes, bastante previsibles, de corte plano, con la excepción, quizás, de Gabriel por la prueba vital a la que se ve sometido. Libra una batalla entre estas páginas contra la vida y contra él mismo.

Carmen es la hija, sabemos que vive con su hijo, pequeño, trabaja en una residencia de ancianos como auxiliar; su marido la abandonó al poco de nacer el niño. Darío es el que más problemas dio a sus padres. Empezó tres carreras y trabaja en una empresa de seguridad. Según su percepción el padre está mejor con él que con nadie: “Que mi hermana podrá hacer que mi padre se sienta muy limpio, pero yo puedo algo más bonito: yo puedo hacer que brille.” Gabriel, el triunfador de la familia; el amargado también, se ocupa poco, cuando está en su casa es la interna la que se encarga. Para él esta mujer no tiene nombre.

Los siguientes trata un tema de los que se agarran a la emoción, porque sentimos que la vejez y la muerte nos tocan con la punta de los dedos. Es verdad que a unos con más rigor que a otros, porque algunos somos ya los siguientes. Pero Los siguientes no se detiene en el asunto de los cuidados paterno-filiales, te lanza a la cara problemas de conciencia como si fueran bolas de barro.

Pedro Simón forra estos asuntos centrales con unas temáticas satélites demasiado predecibles.

La hija que se ve como una traidora, cuando acepta una propuesta de los hermanos, que no voy a desvelar; aunque esté justificada. Sobre ella pesa la tradición de la mujer cuidadora; incluso en estos tiempos en que se pretende la igualdad entre los dos sexos. Ella es la que controla los medicamentos o las visitas médicas del padre, los hermanos lo dan por supuesto. En la misma medida, la madre, viuda, podría haberse quedado en casa con alguna ayuda puntual, está claro que el padre no.

Desliza el asunto de la inmigración, sin ahondar demasiado: infravaloramos la tarea del que se ocupa de los cuidados de los nuestros; no nos interesamos por sus vidas aquí y allí.

Lamenta la falta de comunicación que nos rige. Cada uno milita en su burbuja. Los propios hermanos no se conocen. La familia no es ese espacio que te abriga siempre, como quiere transparentar la novela, a veces incluso te desarropa. Ahí no entra el autor.

Por todo esto y algunas reflexiones más, siento que Pedro Simón camina por un terreno plantado de obviedades, no arriesga. No se atreve a traspasar las primeras capas de la condición de viejo en nuestra sociedad. Tampoco quiere ahondar en el trato que damos al discapacitado, critica a los que los que los ven como unos angelotes; pero él no va mucho más allá.

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