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Una mujer singular que salta de la realidad a la ficción.

Maddi y las fronteras -2023- Edurne Portela

“Intentas entenderme, completar mi biografía, imaginar este final. Rellenar todos los vacíos, esclarecer las incógnitas que te suscita mi vida y que hoy acabará”. La voz de Edurne Portela, metamorfoseada en Maddi Sansberro, se dirige a la propia autora desde un lejano 13 de noviembre de 1944 en Sachsenhausen.

 ¿Cómo vas a contar mi historia?”, le apremia, unas líneas después. Y continúa: “De ti depende cómo me recuerden quienes te lean. Serás responsable de la memoria que quede de mí en aquellos que abran estas páginas. No inventes demasiado. No imagines demasiado.

Demasiado nunca será suficiente.”

Una reflexión de la propia autora sobre la forma de abordar la tarea que se impone. Casi el azar puso en las manos de Edurne Portela una detallado archivo sobre Maddi Sansberro. Joxemari Mitxelena comenzó indagando datos de la participación de su abuelo en la Primera Guerra Mundial. Ese hilo lo llevó hasta la Segunda, quiso saber si alguien de Oiartzun pudo estar en un campo de concentración nazi, y dio con Maddi Sansberro. Junto a Izarraitz Villaluze consiguieron documentos relevantes que les ayudaron a descubrir un gran número de detalles sobre la vida de esta mujer singular.

Le cedieron todos aquellos documentos a Edurne Portela para que escribiera sobre Maddi, dejándole la libertad de elegir la fórmula. La autora optó por ficcionar la vida de aquella vasca de Oiartzun, que se hinchaba ante sus ojos en forma de un gran personaje literario.

Maddi se yergue como eco de muchas mujeres, algunas muy cercanas tanto a la propia autora como a sus lectores. Mujeres que no iban a pasar a la gran historia porque no escribieron, no estuvieron en el mundo de la política o de la cultura. Pero mujeres que fueron los ladrillos que compondrían las paredes del edificio que nos cobija ahora a muchas de nosotras.

La introducción revela que Edurne Portela vuela bajito, muy cerca de las páginas recibidas, no quiere despegarse de ellas. Entregarse a la ficción: sería muy fácil con estas vidas, con estos personajes, pero ella se muestra contenida por el respeto que le inspira la figura de esta mujer.

Edurne Portela se convierte en la voz a Maddi, se viste de ella. Sabe que el rastro que deje será responsabilidad suya. Ha adquirido un compromiso que pesa sobre el lápiz de la autora.

Como el propio título subraya, Maddi es una mujer de fronteras, estas se encuentran grabadas en su piel. La veo siempre quebrada entre dos espacios, acariciando dos dimensiones.

El propio contenido se distribuye como cayendo por dos laderas que se dan la espalda: la vida en libertad en el lugar deseado, de la primera mitad. “Los lunes son días lentos y se está bien aquí a la sombra, con la brisa cálida de media tarde.” Y  en la segunda parte cuando los nazis se incautaron del hotel: “Sus botas retumban en el suelo de madera. ¿Lo hacen a propósito para amedrentarnos?”. Y después vendría aquel encierro que la rompió, en un calabozo, en un tren, en un campo de concentración.

Maddi llegó aquí desde Oiartzun, allí dejó, con  dolor, a su familia. Sus padres nunca iban a querer venir a visitarla, el resto sí lo hacía. Apenas pesaba la maletita que traía en su bicicleta cuando pedaleaba jubilosa para llegar a su nuevo firmamento, en Sara. Pesaba más aquel papel que acreditaba que ya no era la esposa de Nico, y pesaban los recuerdos, que quería borrar con el esfuerzo sobre el sillín.

Iba a regentar un hotel recién creado e iba a mover mercaderías por el monte. Después serían personas necesitadas de cruzar una línea que solo estaba en el mapa.  Eran sus montes estaba hecha a ellos, dice. […] los llevo en mí. Cuatro años tendría cuando hice el primer paso, de la mano de madre […]”

Edurne Portela presenta a su Maddi, la que ella interpreta de las muchas que podrían brotar de aquellos documentos que los investigadores le ofrecieron. Una mujer echa de lascas de piedra; endurecida, no dura. “No me interesa el amor. Todo eso hace vulnerables a las mujeres, las somete, las atonta.”

Hace más que piensa o desea, ha acallado su corazón apretándolo entre dos piedras.

Maddi fue madre, pero jamás dio a luz. Su maternidad estaba en un certificado de filiación administrativa. Quería a Lucien, se sentía feliz porque tendría padres, aunque fueran de papel; no deseaba la inclusa para él.

“No tuve corazón para abandonar al niño y le quiero, pero ahora que estamos tú y yo, y Dios, que él todo lo sabe, no voy a decir que lo quisiera como a un hijo porque no sé cómo se quiere a un hijo.”

Maddi es auténtica, no sabe –no quiere- mentir. Son frecuentes los soliloquios, particularmente con Dios se adivina mucho más que un recurso narrativo. Edurne se acerca y nos aproxima a ella a través de ellos. Y se hacen creíbles porque ella es una mujer muy religiosa, que quiere estar en la comunidad religiosa, pero a la que niegan la comunión por divorciada.

“Para aquellas mujeres, como para mí muchas veces, no tanto ahora que aunque me queje, soy mucho más feliz, repasar el día es repasar las dificultades, el trabajo que machaca, los despechos del marido, los disgustos con los hijos, la vaca que se enferma, el maíz que no acaba de brotar, la mala palabra de una vecina… a veces pienso en el día completo de madre y me dan ganas de salir corriendo hasta el caserío y abrazarla, aunque ella me respondiera con un sopapo.”

La protagonista se muestra profundamente feminista, quizás sin saberlo.

Maddi es una observadora paciente que nos regala un perfecto retrato de su momento histórico. Los visitantes de su hotel, esa señora enjoyada que se esparce con su marido, son parte de los ganadores en una España que se deshilacha por la guerra. Los judíos que comienzan a pasar la frontera española, huyendo de los nazis. Los alemanes que se apoderan de su hotel y la convierten en una colaboracionista, a ojos de sus vecinos. Unos vecinos que critican más que comprenden. “Atravesamos la plaza deprisa. Siento como si hubiera un murmullo de fondo, como si todos estuvieran hablando de nosotros, los unos y los otros, señalándonos, dirigiendo hacia nuestra espalda un dedo acusador.

Se duele Maddi del desprecio, mostrado en los periódicos, en Argèles-sur-mer a los desahuciados de la contienda española, que inundan sus playas, espantando a los turistas. Los acontecimientos históricos se deslizan a través de los  periódicos o los comentarios de los personajes. Demasiadas circunstancias que se arrastran sobre los años y siguen hoy.

Madi se adentra en sus montes y ayuda, no le importan los riesgos; que llegan. La detienen.

 “La espera es parte de la tortura. El silencio es parte de la tortura. La oscuridad y el frío son parte de la tortura.” Pero en medio de todo el padecimiento, briznas de luz, y una más grande que ninguna, el amor que unía a Maddi con su prima Marie Jeanne, compañera en la ventura y en la desgracia.

 

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