Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea -2011- Annabel Pitcher
Un azar perverso desintegró a su familia y Jamie tuvo que apañárselas solo, con sus párvulos nueve años, cuando tuvo que cambiar de casa, de colegio; cuando tuvo que incorporarse a la vida.
En realidad no se encontraba del todo solo, porque estaban su hermana Jas y su gato Roger.
Rose, la gemela de Jas, había muerto, aunque en su casa esa palabra no se podía pronunciar. Un día que Jas la escuchó en su boca “arrugó el gesto”. “Mamá lo que dice es «Se nos fue». La frase de papá es «Está en un lugar mejor»”. Eso nos cuenta el niño. Jas le aseguró un día que cuando Rose murió se sintió como una sombra sin persona.
Él sin embargo repetía “muerta, muerta, muerta”. No es que no lo lamentara, es que esa era la realidad. No había otra manera de expresarlo.
“Mi hermana Rose vive sobre la repisa de la chimenea. Bueno, al menos parte de ella. Tres de sus dedos, su codo derecho y su rótula están enterrados en una tumba en Londres.”
Así empieza la novela. Enseguida, en la página 44, descubrimos que Rose fue víctima de un atentado terrorista, reivindicado por unos musulmanes.
Jamie no recuerda nada de lo que pasó aquel día desgraciado, tenía apenas cinco años, pero su hermana Jasmine le ha contado que en aquel momento todo se puso negro de humo.
También la vida de esta familia se oscureció, es como si se hubieran metido en un túnel sombrío con la salida tapiada.
Ahora ya han pasado cinco años de aquello, un tiempo ruinoso en la casa de los Mathews, los padres se han separado y la madre se ha ido de casa; el padre con los dos hijos se han mudado de Londres a Ambleside, en el Distrito de los Lagos: “Allí no hay musulmanes”. Suspiraba el padre perturbado en su angustia.
La autora nos dice en los agradecimientos que “la novela se puso en marcha con una sencilla idea y unos pocos apuntes en un cuaderno.”
Tiene atractivo imaginar la génesis de un texto. Annabel Pitcher debió inspirarse en alguna de las anécdotas, que con frecuencia salpican un atentado terrible como este con 62 víctimas. Anécdotas unas veces afortunadas, algo quiso que no llegaras a la hora prevista, por ejemplo, y te libraste; pero en otras ocasiones espantosas, como el caso de la inquieta Rose, desaparecida a los diez años por acercarse jugando a una papelera que explotó, cuando su padre le pedía que no se alejara del grupo familiar y la madre solicitaba mayor libertad para la pequeña.
Y a partir de ese retazo de vida fue construyendo su texto.
Elige un camino literario poco complejo para construir un relato sentimental, sencillo, reconfortante y bastante previsible.
La autora escoge la voz narrativa de un niño de unos diez años que hará más amable el tema sin quitarle la carga dramática. El hermano pequeño de la víctima nos cuenta todo en una candorosa primera persona. Te acerca y te atrapa.
Jamie cuenta la historia desde las entrañas familiares, es testigo del dolor de los otros, pero sin poder llagar a compartirlo. Él desde sus nueve años observó y vivió las consecuencias de todo aquello: su familia destrozada. Observa, describe, y el lector deduce. Los datos del momento aquel se los ha venido brindado su hermana durante este tiempo, con cinco años, él no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Es fácil imaginarlo deambulando perdido por un hogar hecho pedazos. Mantiene cierta omnisciencia con respecto a un solo personaje, él mismo; a los otros los vemos filtrados a través de sus percepciones.
“Papá gritó Te necesitamos y mamá dijo No tanto como yo a Nigel. Y cuando se marchó, papá dio tal puñetazo en la pared que se rompió un dedo y tuvo que llevarlo vendado cuatro semanas y tres días.”
Alcoholismo, trastorno de la conducta alimentaria, abandono, incomunicación… “Quería haberle dicho […] Gracias. […] pero se me atascaron las palabras en la garganta como aquel hueso de pollo que me tragué cuando tenía seis años”.
Enmarcado en esa desgracia familiar, Jamie está creciendo solo. Jas intenta cuidarlo, pero ella tiene quince años y está dedicada a librar la batalla de su propia vida.
Un niño nunca va a comprender que su madre no esté ahí cuando él necesite el apoyo y el cariño de sus manos. Precisa que le expliquen, pero a Jamie nadie le aclaró nada, él tuvo que descubrirlo todo.
En el nuevo colegio no es muy bien acogido. La maestra le asigna el sitio libre que hay junto a Sunya, será su amparo desde el primer momento. Pero lleva hiyab y él sabe que su padre detesta a los de su religión. Tendrá que aprender a surcar sus propios derroteros y, aunque respete a su padre, tiene que liberarse de los fantasmas del progenitor.
Los fragmentos dedicados a la escuela son una crítica para los centros anclados en ideas caducas, donde en Navidad se siguen pidiendo redacciones que plasmen la alegre fiesta, cuando a veces tu familia no está para celebraciones o sencillamente tiene otras creencias. Los niños se esconden detrás de las falsas vivencias que revelan sus relatos. Ellos nunca quieren ser distintos. Son los adultos los que deben transmitirles que no hay culpa en el diferente.
Las actividades escolares no son integradoras y no valorizan al distinto.
Jamie parece muy alejado de lo que pasó en su familia, lo que él realmente lamenta, quizás sin saberlo demasiado, es que no puede ser un niño como los otros.
El pequeño de la familia conseguirá derribar el muro que cegaba la salida del túnel en el que el atentado los abismó.