Ru -2009- Kim Thúy
El libro se presenta como un manojo de fragmentos no demasiado extensos, que la autora instala en el texto sin un orden cronológico. Se refieren a la experiencia de una mujer vietnamita, nacida en Saigón en1968, forzada por la nueva realidad de su país a huir con su familia, en condiciones penosas, hacia el desarraigo del exilio en Canadá.
De forma inevitable, su relato nos traslada a nuestro momento presente, cuando miles de personas arriesgan la vida para huir del horror en que se ha convertido su tierra, para buscar unas mejores condiciones de vida.
La escritura de Kim Thúy se llena de poesía, ella aprieta las palabras y les saca las últimas esencias.
Cada fragmento lanza un fogonazo de luz y ante nuestros ojos se yerguen las vivencias de esta mujer, anudada a su familia, replantada en otra tierra. El contexto histórico que forzó la mudanza se dibuja con ligeras, pero vigorosas, pinceladas. El régimen comunista que llegaba para recortar los privilegios de las grandes familias, aunque sus métodos estuvieran guiados por el taconazo de una bota.
Tardó años en convertir todo aquello en literatura, no debía ser fácil escarbar en el dolor y en los agravios padecidos. Una biografía cosida con sentimientos, que dejan trasparentar hechos reales, con algún toque de humor. No encontraremos descripciones detalladas, de las que Kim Thúy prescinde; pero una metáfora, un personaje singular, cualquier sutileza en el texto nos ayudan a conocer todo lo que sucedió.
La estructura de la obra alcanza una gran relevancia, la autora nos seduce con la forma que ha escogido para urdir su relato, a base de estos fragmentos, solo aparentemente inconexos. En realidad son como los añicos desperdigados que dejaría el estallido de una bomba en una construcción. Sobre una existencia apacible cayó un proyectil que desbarató todo lo que existía. En esa imagen de casa atacada la protagonista va eligiendo pedazos aún reconocibles, les va sacudiendo el polvo y va organizando con ellos una amalgama que resulta contener partes de su propia existencia, y de tantas otras que rozaron la suya desde Vietnam hasta Canadá.
Cuando la narradora ha querido convertir en escritura el difícil camino transitado, solo podía hacerlo a través de esta configuración de recuerdos desordenados, porque nadie puede relatar la sinrazón, la injusticia, el miedo y el dolor en un marco de armonía.
Una evocación tira de otra, y esta arrastra una más, como si estuvieran todas atadas formando un collar de cuentas que el lector irá engarzando.
A veces algunos pasajes pueden quedar oscurecidos, algo comprensible porque cuando se está hablando de sentimientos es difícil delimitar las esquinas, y algunos rincones quedan ocultos.
Al recorrer las memorias de la protagonista, asistimos a una caída, desde el privilegio de una raigambre -quizás inmerecido por desigual- en la abundancia de un Saigón propio, hasta una honda miseria en el Canadá de acogida, tan ajeno. Con una remontada posterior, que se verá lastrada por lo ya vivido, pues siempre quedarán huellas profundas de lo padecido. Con regresos al Vietnam de aquellos ganadores, que obligaron a su familia a descoserse de su tierra.
Esta mujer llevará siempre prendida en sus recuerdos a la familia. Padres, hermanos, tíos, primos y abuelos se moverán por estas páginas, compartiendo los vaivenes que les tocó afrontar, llegando hasta el momento presente. Dejaron atrás una vida cómoda, encerrados en una burbuja de exquisitez cultural, de lujo ancho; pagaron mucho para ganar una pizca de esperanza en un viaje hacia un abismo.
Este es el comienzo: “Llegué al mundo durante la ofensiva del Tet, en los primeros días del nuevo año del Mono, cuando las largas hileras de petardos colgadas frente a las casas estallaban en polifonía con el ruido de las metralletas.” Nació en la dualidad de la guerra y la tradición de su mundo. Quizás eso era el signo que iba a presidir su vida: dos; aquí y allí.
Su alma vietnamita manaba de un río que la conectaba con su madre, procedente del mismo chorro. Sus hijos ya no pertenecerían a esa agua.
La madre es un personaje admirado, como todas esas mujeres vietnamitas que tuvieron que soportar sobre sus hombros el peso de la tierra de sus antepasados.
Ella escribe desde la serenidad que le da, seguramente, el tiempo transcurrido: años, meses, días vividos que ha aligerado la dureza de lo sentido: esquirlas de una vida.
“Mis padres nos recuerdan a menudo, a mis hermanos y a mí, que no tendrán dinero que dejarnos en herencia, pero creo que ya nos han legado la riqueza de su memoria, que nos permite captar la belleza de un racimo de glicinias, la fragilidad de una palabra, la fuerza de la admiración. Más aún, nos ofrecieron pies para caminar hasta nuestros sueños, hasta el infinito. Tal vez nos baste esto como equipaje para proseguir por nosotros mismos nuestro camino.”