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Su soliloquio nos muestra que tenía algo dentro que necesitaba liberar.

Señora de rojo sobre fondo gris -1991- Miguel Delibes

 

“No ignoro que el recurso de beber para huir es un viejo truco pero ¿conoces tú alguno más eficaz para escapar de ti mismo?”

Así comienza Nicolás su monodiálogo, que es el texto de esta novela.

Este hombre es un pintor famoso, padre de familia numerosa, que acaba de perder a su mujer. Solo el embotamiento del alcohol le permite mantener el equilibrio en este pasadizo hecho de cenizas.

El relato tiene como destinataria ausente a una de sus hijas, pretende contarle los últimos meses familiares, en los que ella ha estado ausente.  

Pero va a terminar adentrándose en la relación con su mujer, en cómo vivió succionando la energía de ella: la señora de rojo sobre fondo gris. Siente que ese fondo gris es él.

Todo lo vemos desde su perspectiva. En el fondo descubrimos que de quién está hablando es de sí mismo. Lo necesita.

Estamos en 1975, la hija a la que se dirige acaba de abandonar la prisión. Allí llegó meses atrás, empujada por motivos políticos. La atmósfera de miedo que genera la situación política ha sacudido a la familia, que se une para servir de apoyo a los encarcelados. También detuvieron a Leo, que se supone que es su marido, no queda claro en la novela.

El narrador nos sisa detalles, pasa por alto algunos datos porque mientras construye su parlamento se encuentra abrumado por lo que ha vivido, por lo que está viviendo. Miguel Delibes lo ha creado descargando su conciencia y, en consecuencia, a su discurso le falta muchas veces coherencia, que incluye olvidar datos.

Quien más se movió para insuflar optimismo a los recluidos y al resto fue la madre. Sabía llevar siempre una sonrisa pegada  a la boca y mantenía una actitud optimista. Los alentaba a todos, aquello se solucionaría pronto, “aquel hombre” –así se refería a Franco– no iba a ser eterno.

La esposa era el puntal de la casa, así la describió alguien: “Una mujer […] que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”.

Pronto la familia se ve atravesada por un nuevo problema; la madre está adelgazando, no es buen síntoma. Sus hijas lo ven, pero el padre no parece apreciarlo.

Desde las primeras páginas la muerte empieza a sobrevolar el relato. “En cambio, lo suyo no lo previó tu madre. Se sentía fuerte, entonces, con buena salud, y sabía que era necesaria.” Probablemente sí lo vio, pero no quería añadir más carga de pesadumbre ni a su marido ni a sus hijos.

Reconocemos esta actitud.

Aquí empezamos a ver que del texto se va filtrando otro relato, la confesión del hombre, consternado por haber consentido que ella fuera siempre su apoyo. Se anuló para que él brillara.

Eran las costumbres del momento, cómodas para el varón.

La esposa era una mujer especial, odiaba la rutina, amaba la belleza. Abandonó los estudios por voluntad propia: “Le irritaban la estructuración de la carrera, los profesores adocenados, las ideas impuestas.” Sabía desenvolverse en los ámbitos más variados.

¿No descubre nada negativo de ella? Esto hace sospechar que esté recompensándola por los beneficios que le sacó en vida. En algún momento incluso llegó a hacerla responsable de su incapacidad creativa en un momento.

Se duele porque se ve ruin.

Quizás Miguel Delibes estuviera pensando, al escribir, en su propia situación personal, pues su mujer había muerto años atrás por un motivo semejante al de esta señora, y también fue a una edad temprana. Y quizás también Delibes lamentaba que las mujeres estuvieran destinadas a ser sombras de los maridos.

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