Tiempo de vida (2010) - Marcos Giralt Torrente
Tiempo de vida es ejemplo de autoficción, el autor se identifica con el narrador. Todo lo que sucede es real, aunque los hechos que se relatan pertenecen a la ficción, porque el que narra en el libro hace una selección previa, solo escoge determinadas vivencias; ahí aparece la elaboración literaria. Se trata de la realidad vivida por Marcos Giralt y su padre, pero el escritor trata de fijar esa realidad como él la sintió. Por eso no se trata de una autobiografía porque el que redacta elige, opta, prefiere unas vivencias y deja de lado otras.
Estas páginas se convierten en una especie de ajuste de cuentas entre los dos y un homenaje al padre.
Una ficción permite al novelista esconderse detrás de las historias, aunque sentimos presencia. Aquí eso no es posible, aquí habla el autor con su propia voz, exhibe sus comportamientos. Parece que sin demasiado problema con el pudor.
No estoy cómoda leyendo autoficción.
Quizás sea una cuestión de recato o quizás, que me interesan más las narraciones que se ensanchan, que abrazan muchos mundos.
Este libro me descubre rincones propios en los que no quiero detenerme.
Temas resbaladizos, que no deseo tocar porque ha pasado el tiempo y ya no se reconocen los contornos; porque ya no están los que podían proyectar luz sobre ellos.
Marcos Giralt Torrente toca aquí un tema universal: la muerte del padre a través de la desaparición del suyo. Lo impulsa el deseo de recuperar lo que ya no está, perpetuar lo que se ha ido.
Cuando un padre se va definitivamente, se echa la tapa a un baúl. Y uno se encuentras frente a algo clausurado, que ya solo podrás abordar con la memoria.
Si eres escritor tienes la literatura para acotar, para comprender la realidad. Eso hace este autor. Si no escribes solo tienes los recuerdos para reordenar, para degustar, para censurar, para lamentar.
Durante la niñez de Marcos padre e hijo pasaban mucho tiempo juntos, pues la profesión de pintor, le permitía a Juan Giralt trabajar en casa. Más tarde, como consecuencia del divorcio, la figura paterna se desvaneció un poco. Él se quedó a vivir con la madre, las cotidianidades domésticas de ambos se cruzaban. Al padre lo veía menos y casi siempre fuera de casa. Aunque compartieron tiempo y espacio durante algún viaje. El padre tenía pareja y eso parecía dificultar la relación de ellos dos. Cuando Marcos Giralt habla de esto, se transparenta el resquemor.
En el momento en el que a Juan Giralt le diagnosticaron una enfermedad grave, las vidas de ambos se coserán apretadas, sus existencias se rozarán con fuerza. Marcos se vuelca con su padre. Y escribe cómo intentó aliviarlo, cómo lo acompañó y apoyó; con cuánta entrega le dedicó su tiempo, dejando de lado una parte de su propia vida.
Se produjo la muerte en febrero de 2007. El hijo tuvo que pasar un año de duelo antes de plantearse trasladar al papel tan intensas vivencias.
Marcos Giralt comienza su obra con una primera trama, la que destapa su búsqueda de una escritura, de un comienzo, de un formato en el que verter la relación con su padre. Se siente sofocado por las dudas sobre cómo abordar el tema, qué contar…
Al ser hijo único, Marcos Giralt solo dispone de una perspectiva. Una gran responsabilidad, un gran desafío para reconstruir una narración.
Cuando se es hijo único (…). ¿Cómo construir con la memoria una historia equilibrada cuando tan sólo disponemos de una mirada, y esa mirada está tamizada, influida además, por nuestro propio ser único?
Junto a esta primera trama se va desarrollando una segunda donde se camina desde el desencuentro a la unión con el padre.
La primera mitad del libro abarca más de treinta años de relación, en la segunda se desvelan apenas veinticuatro meses de vínculo durante la enfermedad. Un claro desequilibrio, debido quizás al peso emocional de estos últimos momentos.
En un principio los hechos van cayendo de manera lacónica. En la segunda parte aumentan los detalles, sabemos mucho más de ellos dos.
El recurso de la repetición de palabras acerca el texto a la letanía religiosa y a la lírica más elaborada. Es una prosa que llega a hechizar.
“En páginas de Word que llené con insólita premura, intenté retratar a mi padre remontándome a su infancia, a su orfandad materna y a su padre tan frío; intenté poner mi culpa en primer plano para lanzarme en pos de la redención que la aliviara; intenté aislar un episodio iluminador que resumiera mi experiencia de él; intenté entrelazar con pulso impresionista escenas y recuerdos aleatorios; intenté ser cerebral y encarar nuestro problema reflexivamente, sin espacio para la poesía.”
Esta cita concreta se halla al comienzo del libro, reflejando esas oscilaciones que tiene como escritor para iniciar la narración sobre su padre.
La relación de los dos en los últimos años cerraba un círculo, el hijo se entrega al padre, ahora que lo necesita, como, seguro, el padre se entregó al hijo, cuando era pequeño y lo necesitaba a él.
Marcos Giralt termina comprendiendo a su padre, habían vivido una relación complicada, muy propia de los hijos de padres divorciados. El hijo termina perdonando a su padre y perdonándose a él mismo, pues se reprochaba la sobrecarga de intolerancia e incomprensión que hubo entre ellos.
Su libro aspira a ser literatura, no una crónica; pero la verdad es que nos deja un relato lleno de sinceridad, de verdad y de vida.
Nos habla literariamente de los que conocemos, de lo que sentimos.