Expediente Ojos de Orgasmo (2019) - José Ramón Alonso de la Torre
“Cuando entraron en el agua, no se movía ni una hoja, no cantaba ningún pájaro. La luna ya se había ido, pero el sol aún no se barruntaba.”
Las luces componen el espacio arquetípico para la transgresión. Carmen, su hija y seis mujeres más se empeñan en defender la idea de que el mar es de todos. Se saltan, cuando hay luna apropiada, las restricciones administrativas que adjudicaron una concesión para mariscar a las mujeres de la aldea. Ellas no están adscritas a ese lugar y por tanto no pueden acudir a esa zona a laborar.
La rebeldía del grupo incomoda a la policía, que procura mirar para otro lado los días que entran en agua prohibida. La aldea se siente agredida y se procura sus propios guardas.
“Las siete mujeres salían de casa de madrugada. Cruzaban el vado guiadas por Carmen. Cogían almejas hasta que el cielo clareaba mientras Inma, la hija de Carmen, que era joven y tenía buena vista, observaba la costa por si aparecían los vigilantes contratados por la aldea. Cuando la luz se imponía o cuando las linternas de los guardias las descubrían, retornaban a su territorio.”
“Territorio” aquí se define como terreno o lugar concreto, como una cueva, un árbol o un hormiguero, donde vive un animal. A través de esa palabra Carmen y esas mujeres se hermanan con el animal. El que vive, siente y se mueve por propio impulso; el que está cerca de lo natural, de lo congénito, de lo que procura señas de identidad.
En el agua se mueven cosidas, como la fauna que en terreno hostil marcha aglutinada para defenderse del enemigo.
Ellas saben reconocer a los suyos, porque están unidas a ellos por lazos que no son de fábrica reciente, sino que se crearon hace mucho.
Cuando la vigilancia les recordaba que se hallaban en terreno prohibido les podía la rabia, la furia; y “se desbordaban”, dice exactamente Alonso de la Torre. Y lo hacían como las aguas que, incontenibles, se salen de su cauce. Otra vez nos trasladamos al espacio más primigenio, donde las leyes se marcan desde dentro, nunca desde fuera.
Las reglas ahora las señalan las normativas administrativas y, a su manera, Ojos de Orgasmo. Es un personaje muy conocido para los vecinos de Cambados. Rey en calles y garitos, traficante pero no consumidor; dispone de una corte fervorosa. Carmen es su antagonista. El mundo es demasiado pequeño para que ellos dos puedan tener cabida.
Inma pertenece también a la misma cepa que su madre, pero en algún momento en su corteza se hace una fisura. ¿Conseguirá taponarla?
Todos sabían que Carmen no quería nada de nadie, pero que defendería lo que consideraba suyo.
La mariscadora compartía un hogar de escasas comodidades con su hija, sin padre, y su sobrino Ramiro, hijo de su prima, que quedó huérfano cuando sus padres perecieron tras un desafortunado accidente. Para la mujer solo existe un responsable. ¿Podrá probarlo?
Sus secretos familiares se hunden profundos en su ser. Se irán desvelando poco a poco en la lectura.
En la villa Carmen tiene sus aliados, ninguno es oriundo de allí, todos han venido de fuera: un cura que viste vaqueros; la viuda del marqués, que siempre vivió a su aire; la joven jueza, que hace su trabajo, con ella la balanza de la justicia tiene el fiel perfectamente calibrado. Cuando llegue el expolicía también se pondrá de su lado.
Este inspector jubilado acude a la ciudad gallega porque parece que el tema del marisqueo ilegal se complica, es requerido por sus jefes de la delegación del gobierno de Pontevedra para lograr amasar una buena explicación. El asunto se había desmadrado, había llegado hasta la prensa nacional; era necesario desbravecer todo aquello. Solo él podría hacerlo. Una serie de desgraciados accidentes se había desencadenado. Unos en el flanco de Carmen, otros en el de Ojos de Orgasmo. El más grave, una paliza al sobrino, en coma, en el hospital.
Elementos policiacos, componentes sociales y costumbristas aparecen integrados en la narración sin que se noten las costuras.
La esencia de todo relato detectivesco, el inspector que procura las respuestas, aparecerá ya avanzada la lectura. Llegará cuando desde delegación del gobierno se le convoque, después de esos desafortunados percances, infortunios y atropellos. Rafael –sin apellido-, tiene mucho de Montalbano, de Carvalho, de los clásicos. Es un hombre fiel en el amor, que no supo darle su tiempo a la esposa y desde que ella se fue, le ha sido fiel; que le gusta comer y beber, que no gasta en ropas o en coches: lo externo le resbala. “Las cosas que más valoro son aquellas que solo sé yo.” Refiere en algún momento.
Para Carmen la tradición importaba mucho porque eran su madre y su abuela y todos sus antepasados “agachándose durante siglos, esforzándose por vivir de un mar abierto y sin dueños.”
“Como se ve, señor comisario, lo que está pasando aquí va más allá de una discusión sobre quiénes son los dueños de unas almejas.”
En efecto, hay más: un ritual de noche, luna, tierra, mar, fidelidades a los tuyos, arraigo a las señas de identidad y justicia poética.