Piel de lobo (2019) — Lara Moreno
Lo mismo que se obtiene aguardiente cuando se destila el orujo de la vid, Lara Moreno consigue un licor, amargo, al destilar un trozo de las vidas de estas dos hermanas: Sofía y Rita.
Me resulta desasosegante esa sustancia de hiel que chorrea de la vida familiar de estas dos hermanas. Nada dulce se ha colado en el licor extraído, nada que me reconcilie con la vida de esas dos mujeres, ni con el mundo que las rodea. Una separación; una maternidad, que dudo que sea aceptada; y aquello. Pero sobre todo la falta de comunicación entre todos. Y no es que no hablen, es que rehúyen los temas que duelen.
La novela de Lara Moreno vive en el sur, pero en ningún momento reconozco el sur luminoso que me es familiar. La autora nos encierra en una casa que huele a culpa. Hasta ella se trasladan Sofía y Rita primero para deshacerse de las cosas del padre cuando ha muerto, y después la elige Sofía como estancia transitoria para ella y su hijo, cuando se produce la separación; hasta ella va la hermana, parece que para ayudarle. Se supone que es lo que se espera de una hermana, pero ¿la ayuda? Es la misma casa a la que se mudaron, siendo pequeñas, junto a sus padres, cuando las relaciones con abuelos y tíos se enturbiaron a raíz de aquello.
Piel de lobo no es una novela de grandes eventos, es una novela en la que vemos pasar la vida. Una vida cercana, la que se expande detrás de cualquiera de las ventanas que nos rodean.
Lara Moreno escarba en la existencia, revolotea insistente, como mosca, a veces, irritante, alrededor de un momento preciso, en ocasiones doloroso. Aplica la lupa a un hecho cotidiano y descubre mucho detrás. Al que lee puede llegar a desvelarle extractos de su pasado o de su presente, y no solo porque haya semejanzas en eso que observa. Simplemente porque observa.
Es cierto que a veces estos escritos que nos remueven por dentro no resultan cómodos, quizás son más amables esos que te alejan de tu entorno, porque no destapan tu yo. Pero no hay que dejar de observar algo simplemente porque resulte poco grato, la literatura está para sacudirnos, igual que para entretenernos.
Esto está en la línea de lo que aseguraba la autora, que se adjudicaba una forma de narrar microscópica.
No nos ahorra la novela detalles de cotidianeidad de los personajes. Son detalles que añaden pesadez y pesar (es lo que traslucen para mí) a sus días. Contribuye a destacar el tedio de unas vidas frustradas por miedo a enfrentarlas. Me pregunto si Sofía verdaderamente quería ser madre, o lo fue porque tocaba, sin cuestionamiento alguno.
Me intriga saber si se quería casar con ese hombre o fue esa también una decisión que tomó arrastrada por la corriente.
Rita vive en la novela en función de su hermana, no sé nada de ella fuera de esa casa en la que viven atrapadas.
En ese magma la novela está sembrada de intrigas, de anticipaciones: unos hechos que fueron el germen de una ruptura familiar; un desafortunado episodio tras un viaje a Portugal. Pero, claro, nada aparece con nitidez, con orden: van cayendo las informaciones, las caracterizaciones de personajes de forma sutil: ”Mientras se pone crema sin etanol frente al espejo, se fija en que en el lavabo no está el cepillo de dientes de Julio”.
“Ese pequeño trozo de tierra seca la deprime. No significa nada, porque lo significa todo. Odia profundamente ese pequeño trozo de tierra sedienta y estéril y sin sentido.” Su vida, ¿hay una luz al final?