Un amor (2020) - Sara Mesa
“¿No le bastan los hechos?, le dice. ¿Los hechos por sí mismos? ¿Por qué necesita interpretarlo todo? ¿Adónde pretende llegar? Nat no responde.
Estas líneas del libro se dirigen a la protagonista, pero también se dirigen a nosotros, para que no pretendamos ir más allá de lo que sucede en el texto, de los hechos. La autora manifestaba en una entrevista que no busca tanto un significado final –lo que el libro quiere decir- como una experiencia.
Nat ha llegado al pueblo de La Escapa (un lugar imaginario con un nombre significativo). Quizás buscando algo, quizás huyendo de algo; de sí misma, podría ser.
No sabría explicar por qué está allí; cuando le preguntan, se vale de evasivas.
Esto es lo que se sugiere, porque en este sentido nada se formula de forma clara, todo se esboza. Parece que ha tenido algún problema en su trabajo, aunque confiesa que está allí porque su presupuesto no daba para una casa junto al mar.
Realmente no deben importarnos demasiado las razones de la joven para desplazarse hasta esa pequeña población.
Sara Mesa nos muestra a la protagonista como si fuera un animal o una planta en un terrario, podemos examinar cómo se desenvuelve en ese medio, una pequeña comunidad, La Escapa.
“La zona ni siquiera es bonita, aunque al atardecer, cuando se difuminan los contornos y la luz se vuelve más dorada, encuentra cierta belleza a la que aferrarse”.
La Escapa es un lugar quemado por la sequía, no tiene un entorno agradable, no centellea una mirada idílica sobre la naturaleza. Es la otra cara del campo ameno, placentero, paradisíaco; calor, moscas y hormigas dificultan el sueño de la recién llegada. En algún momento Píter se refiere a la inusual calidez de ese otoño, lo que Nat siente en ese momento es “un estancamiento de la atmósfera.”
Su estancia no se va a prolongar mucho, dura algo menos que el dentífrico que la protagonista utiliza durante su permanencia allí.
En el pueblo vive poca gente, junto a ellos otros van y vienen, y algunos heredaron las casas de sus familiares y ahora las habitan solo en cortos periodos de asueto.
Es un grupo social reducido, donde todos se conocen y saben qué haces, con quién y cuándo. A Nat le resulta enojoso. El pueblo no es amical, ella tampoco lo es; rehúye a la gente que la rodea, no desea ni presentarse ni charlar.
Cuando su vecino Píter le comenta, sin ninguna intención, que la ha visto en el porche de la casa, ella siente con desagrado la mirada de los otros sobre sí. Píter no será el único que enturbie su existencia con el peso de los ojos.
Nat también observará las vidas de otros vecinos.
Un eco de Sartre cuando manifestaba que el infierno son los otros, porque si la relación con los otros se tuerce ahí surge el infierno. Los otros son lo más importante que hay para ayudarnos a indagar en lo que somos. Cuando tratamos de comprendernos, en el fondo usamos los conocimientos que de nosotros tienen los que nos rodean.
Nat está cercada de unos personajes con los que interactúa, todos contribuyen a que la veamos vivir. Desde el casero hasta el perro que este le regala. El hombre resulta un ser odioso, que la amilana. Su prepotencia y su cinismo la desarman. El animal, al que ella llama Sieso, se convierte en un desafío para Nat. Quiere conquistar su cariño, pero es huidizo y no se lo pone fácil.
Se mueven también por allí Píter y el alemán. El primero es conocido como el hippie, le impone a Nat su opinión, sus juicios sobre todo; gestiona bien su vida en la comunidad, con diligencia. Se llevan bien, a ella le resulta útil tener un conocido en ese espacio nuevo, hostil a veces; pero no son amigos, su relación es de cartón piedra. El alemán es Andreas, menos integrado en la colectividad, calla mucho y no la alecciona. Su relación es peculiar, él es sincero, quizás algo áspero. Ella querría meterlo en su molde, pero él se escapa por los bordes.
Otros personajes también cruzan dentro de la burbuja que Nat se ha creado a su alrededor. Los vecinos del Chaletito, que vienen los fines de semana, que han creado un mundo de quimera feliz donde ella a veces no entra. La pareja de ancianos, la mujer con demencia senil, que es quizás la que mejor explica qué pasa en ese pueblo: todos hablan una lengua diferente. La familia de gitanos, los más dispuestos a la ayuda siempre detrás de su barrera étnica.
Nosotros observamos el ir y venir de todos ellos. Un baile que es una vida.
El título hace referencia a un tipo de amor, no al amor. El sentimiento amoroso se materializa de manera diferente en cada persona que quiere.
Hay objetos en la novela que se alzan como símbolos. Tres casas recrean tres existencias. El Chaletito, los adaptados; la casa destruida con pintadas, los inadaptados; la casa de Nat, la que busca adaptarse. “Es una construcción chata”, barre y el polvo no se acaba jamás, su mantenimiento le cuesta, igual que su trabajo de traductora o su deseo de plantar un huerto. Pero sigue buscando su hueco, su metamorfosis.
“Comprende que no se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente, mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad.
Ve con claridad que todo conducía a ese momento. Incluso lo que parecía que no conducía a ninguna parte.”
Es el final. No es real que decidamos algo y vayamos a por ello, en la vida todo cuenta, tanto los fracasos como los triunfos, todo te construye.
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