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Vemos muchos pasadizos de nuestra infancia.

La ciudad feliz -2009- Elvira Navarro

Elvira Navarro se inclina en su escritura hacia la expresión de lo complejo; lo enojoso, a veces; lo resbaladizo y sutil. Leerla supone buscar debajo de cada letra, ahondar en las palabras.

Nada impide esta interpretación, ahora su obra me pertenece como lectora.

Esta novela está repleta de flecos, voluntarios, en la comprensión. Algo que puede sumirte en un incómodo extravío.

“Después de cenar su padre habló con la vieja en la cocina mientras Chi-Huei les espiaba desde el jardín. Su padre le entregó un sobre a la tía y Chi-Huei sintió un escalofrío similar al de la pesadilla que le acometía con frecuencia, mezcla de tifones, hojas con cuentas y uñas largas y rugosas clavándose en la piel de alguien que parecía ser su madre.”

Se relee con ansia, no se entiende: la vieja, la tía ¿son dos? Una página más allá; una montaña, la visita a un barbero, ¿dónde estoy?

Avanzar en el territorio informe creado por Elvira Navarro es como si uno se despertara en mitad de un sueño y le flotaran en la cabeza trozos de vida que se escapan, que no se van a poder recuperar; que se están disolviendo a la vez que surgen.

Una escritura nueva que rehúye lo diáfano, que persigue dejar trazos en sombra, hasta borrosos, para que tú te acerques e indagues.

Esta autora funde contenido y escritura y las palabras muchas veces se deslizan como plomo caliente y se disuelven en el relato, aunque siempre nos quede una intuición de lo que está narrando.

“[…] luego le había hecho una pregunta, y de nuevo el silencio, un silencio espeso y bochornoso que, mientras esperaba, parecía arrebolarse en las esquinas, en las ramas sin hojas de los árboles y por debajo de los coches aparcados, algunos sumidos en el abandono, con los cristales rotos y cartones y bolsas que dejaban allí los mendigos para pasar las noches de frío.”

Al final el relato de Elvira Navarro te llega claro: Chi-Huei y Sara se encuentran apresados en la incomunicación, en la búsqueda de la identidad.

Chi-Huei quiso abrazarla [a su madre] para sentir la absoluta fragilidad de sus huesos y de su carne, pero ya habían llegado demasiado lejos en la incomprensión mutua, y era amargo y también triste saberse despreciado.

Sara. Me siento fatal. Aunque no me lo diga, sé que todo el tiempo ha esperado que yo, de alguna manera, lo explique; sin embargo, yo no puedo explicar nada, porque lo ignoro todo.

En la novela dos partes. Parecen distantes en sus contenidos, pero solo en apariencia.  Los protagonistas de ambas se conocen y se mueven en el mismo suelo; su barrio. Un ámbito, por cierto, que tiene una considerable simbología y relevancia en las dos narraciones, es una metáfora del territorio de la infancia. Todo niño tiene control de su espacio, lo conoce bien; como les sucede a estos dos; por eso aquí se encuentra descrito de forma pormenorizada y clara, significando que ellos dominan cada rincón, cada tramo de calle. Al contrario, sus vivencias se hallan llenas de huecos, se nos escapan demasiados fragmentos. Son agujeros negros que se reflejan en la escritura porque hablan de la niñez que es  momento de indefinición natural, de duda.

Las ciudades no se encuentran identificadas. Curiosamente solo aparece Hong Kong, las demás están representadas por una inicial y un punto. Quizás sea porque la autora percibe que en la infancia no te importa dónde vivas, solo te interesa el espacio de tu familia, la casa; y el de los amigos, el barrio.

El título se rebela sarcástico, porque la ciudad está lejos de mostrarse feliz. El barrio está rodeado por un territorio donde los niños no van o tienen prohibida la incursión, representa lo desconocido y la liberación.

Las dos partes quedan vinculadas por los dos textos de Georges Perec que abren cada una de ella; son  próximos y dispares, como son cercanos y distintos Chi-Huei y Sara.

“Contra la memoria nos queda el olvido” abre la primera pieza, “Contra el olvido nos queda la memoria”, la segunda.

La disimilitud de los dos pequeños tiene un paralelismo en la arquitectura de cada pasaje, muy diferente. En el primero hay múltiples particiones, encabezadas con títulos, con números, sin nada; en la segunda hay mayor homogeneidad capítulos con una cifra en el comienzo. La primera parte se presenta plural y enraizada en lo real; la segunda más unidireccional y simbólica, con algún deslizamiento hacia lo tópico.

 

 

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