Peces abisales -2024- Rosa Ribas
Rosa Ribas lanza una crónica de su iniciación a la escritura -y a la vida- con un tono amable y colmado de humor. Empezamos leyendo las memorias de una niña, de una adolescente, y de pronto descubrimos a la escritora que le está creciendo dentro.
Un texto, fabricado con trozos de la biografía de la autora, se entrelaza con un dibujo, experto y accesible, del universo de la escritura y de lo escrito.
Ecos de nuestra propia existencia resonarán muchas veces en las cercanas y gustosas vivencias que nos relata. Todas danzando alrededor del mundo de la palabra, de la lengua, del libro, de la edición; de las bibliotecas de casa, que nos abrigan y definen, de la resistencia a aligerarlas en un traslado; de la narración para conocer y conocerse; de los significados que las palabras custodian y evocan; del lector que guarda todo escritor, de los errores, de las peculiaridades materiales al redactar; de las librerías, donde acudimos muchas veces a comprar más que un libro, la ilusión de que tendremos tiempo para leerlo, aunque una alta pila nos espere en casa …
“Me gusta empezar a escribir porque hago desaparecer la página en blanco.” Este es el comienzo. Desde el principio la presencia de escritora y escritura se imponen en la novela.
Las palabras se derraman mansas por cada capítulo; sencillas también, pero elaboradas. Se alejan de la solemnidad que desarrima al lector del autor. Las evocaciones vitales que refiere huelen a sinceridad, a llaneza; las aportaciones teóricas que despliega, referidas al armazón lingüístico, narrativo y literario de una obra, huelen a estudio y a reflexión.
La narradora se instala en la primera persona, que, como ella misma señala en esta obra, es una voz que “nos hace partícipes de sus emociones […].”
“Me convertí en un pez abisal.” Una imagen cautivadora para representar, quizás, ese momento en el que germinó la escritora que llevaba agarrada en su interior. Aquellas historias, a veces incompletas, que escuchaba en el bar de sus padres o las que narraba a sus hermanos y, en ocasiones, se terminaba a sí misma porque ellos se quedaban dormidos. Todo aquel bagaje de relatos la encaminó hacia la creación literaria.
Probablemente ella aún no lo sabía. Tenía un camino largo y difícil por delante; el del arte verbal, que se pavimenta con inmensas losas claras y oscuras.
En la cubierta el dibujo de Gerard Serrano representa ese pez abisal enriquecido de colores, con su “especie de farolillo bioluminiscente”, campando en su hábitat marino, hecho de unas jubilosas algas verdes, de diminutos animalillos acuáticos y de un tesoro de lo más sugerente, por todo lo que puede encerrar.
Qué enorme diferencia entre este ser risueño y feote y los verdaderos peces abisales que viven en las profundidades marinas, sin pigmentación porque se hallan a distancias donde la luz solar no llega, con un aspecto que los muestra aberrantes, grotescos; cómicos a veces. En eso sí coinciden con el del dibujo.
Rosa Ribas cuando crea transforma la realidad como ha hecho el autor del dibujo, que ha metamorfoseado esos seres desteñidos. Esta mujer ha sabido trastocar también lo que tenemos alrededor, poniendo humor, dándole color, espantando al monstruo.
En su caso la mirada al mundo a través de unos cristales de muchas dioptrías desencadenó su peculiar universo literario.
El pez en el que se transformó había dejado las aguas profundas para subir a la superficie, lo dice al final del texto. ¿No arrastró hasta allí arriba parte de su universo escondido en lo más hondo?
Parece que sí, porque la autora excava hasta lo más interno de ella. Lo que enseña en el libro son recuerdos, y estos muchas veces son difíciles de entrever porque los esconde el tiempo. Los detalles de la memoria menos reciente se nos escapan como si pretendiéramos agarrar aire. El pasado nos brota, cuando queremos ir a él, como una masa borrosa que se agita y estorba nuestra visión.
La literatura ayuda a paliar el olvido: “Cuando escribo, completo lo que no recuerdo, […]”. El cerebro rellena huecos tirando de lo afectivo, de lo vivido. Escribir ayuda, la ayuda, a conocer lo que ha vivido, lo que hubiera querido vivir; con la escritura nos relata a los que se fueron.
Rosa Ribas ha resbalado por su ayer de dudas, miedos, juegos, lecturas, familia, escuela, amigos. Ha arribado hasta su hoy adulto, que se expresa en alemán, catalán y español; que se ha confeccionado con tareas variopintas como traductora de cartas, enseñante de español, investigadora; y escritora, que indaga los entresijos de la narración que ha de mantener en vilo a la gente. Todo lo vierte en la marmita de la literatura, hasta el acoso de unos energúmenos -dice ella- que vivió como árbitro auxiliar de baloncesto. La elección de palabras, para rellenar el acta del partido, la acompañó con los demás en la caseta a la espera de ayuda.
La escritura se hace con lo leído, con lo vivido, con la teoría narrativa aplicada. Para el novelista todo lo que experimenta le vale para sus historias. Todos los autores son hijos de otros autores.
Lo que imagina está más vivo que lo que vivió. A veces lo que se cuenta resulta increíble en la realidad, pero la magia de la ficción lo hace creíble: se trata de la suspensión de la incredulidad. Pero existe una gran distancia entre verdad y verosimilitud.
Narra ocultando detalles para que el otro adivine, confía en los lectores -sin receptor no hay escritura- que infieren parte del contenido.
“[…] como afirma Jorge Volpi […] la ficción es una «invención imprescindible para el bienestar de la especie», es una herramienta que nos ha enseñado a sobrevivir, que nos ha hecho humanos. Nos creamos en los relatos, nos recreamos en ellos, tanto en el sentido de disfrutar como de rehacernos. La ficción es un campo para experimentar: cómo seríamos si, qué haríamos si, para conocernos y conocer a los otros.”
Desde niños vivimos en las ficciones; Los Reyes Magos, El ratón Pérez… De pequeños todos hemos mentido para evitar una riña, alcanzar un juguete o conseguir cariño.
“Uno de los motores de la escritura es la búsqueda de respuestas que sabes inalcanzables.”
“Como a otros no nos queda más remedio que escribir, que ir empujando el lápiz sobre una hoja de papel en blanco.”
Entonces, ¿somos relatos?