Las hogueras -1964- Concha Alós
Los personajes flotan como cuatro burbujas en el estrecho universo de este pueblo recogido de la costa mallorquina. Transitan erráticos, tocando apenas la tierra que no les pertenece. No están integrados con los demás habitantes del pueblo.
Concha Alós es una escritora olvidada, aunque no lo merezca. Llegó a la literatura cuando esta era todavía un dominio casi exclusivo de hombres.
“Las primeras veces que Archibald salió a pescar sintió una compasión obsesionante y desgarradora por los peces que quedaron enganchados en el volantín. Estaban vivos aún, más vivos si cabe que dentro del agua, con la excitación del peligro y de la próxima e inevitable agonía. Luchando contra algo que no comprendían, con las aletas extendidas a los lados, membranosas y brillantes, marcando con la boca una O anhelante. Tal vez suplicando desde el fondo de cada una de sus células al ser que los precipitaba a la muerte. No queriendo morir.”
La escritora va dejando en su texto imágenes vigorosas, como esta, que nos traducen la fuerza y la verdad de su escritura. Dejó prendida, en estas palabras del tramo final de su novela, la figura perfecta que bosquejaba el tema de su novela. Porque esos peces que se angustian detrás de unos hilos, que no pueden romper, son las dos mujeres y los dos hombres protagonistas de Las hogueras.
Sibila, Archibald, Asunción y Daniel el Monegro se baten contra la vida en la localidad costera de Son Baulo. Apenas se recorren unos meses, una mínima franja de tiempo en los años sesenta del pasado siglo. Puntuales incursiones en el pasado completan este presente.
Los cuatro han venido de fuera. Empujados por situaciones dispares, cada uno ha arribado por su propia senda, pero ahora todos emergen desvalidos y solitarios; desconectados de estos espacios que ahora les acogen.
Se exploran los recodos del alma de estas dos mujeres, y vamos viendo lo que las abrasa por dentro. Son muy distintas, pero las dos gritan en silencio, y presienten que nadie las puede escuchar. Los dos hombres aparecen desde una perspectiva más externa, quizás la autora no ha querido atravesar su piel.
Ha dibujado con precisión unas mujeres que se codean con el deseo, algo poco habitual en aquel momento literario. Ambas, cada una a su manera, se alejan de las hembras sumisas, y ajustadas al canon social del momento.
“Sibila se sentía como un perro al que un coche a toda velocidad ha abandonado en una carretera desconocida.” El primer personaje que se despliega suspira por su tiempo de modelo en el glamour del París de la moda. Entonces como ahora, un juguete precioso en manos de los hombres.
Vino a la isla con la ilusión del que estrena, pero el ensueño se ha evaporado y se ahoga aquí. Sufre un desasosiego que arrastra desde su edad infantil. Un despecho teñido de desamparo la empujó al matrimonio con Archibald. Pero su marido y ella viven en universos muy alejados entre sí. Él desprecia su ignorancia -que no es tal-, ella se siente muerta por dentro.
Aparentemente él sí ha encontrado lo que buscaba en la isla. Sabemos que supo enfrentar el costoso esfuerzo que suponía hacerse adulto y consiguió, con medios poco éticos, la fortuna que le puede procurar la paz de la madurez. Todo lo encierra en la pesca solitaria con su pequeña barca y en las lecturas sobre temas trascendentes, con las que parecía querer engullir todo el saber que el tiempo y otras tareas le habían sustraído.
Cuando Sibila le transmite su imperioso deseo de alejarse de Son Baulo, él solo sabe aconsejarle que se cree rutinas, que mejore su mallorquín con la maestra. No pretende ayudarla, solo esquivar el obstáculo. Mientras hablan, él mira ansioso los nuevos libros que acaba de recibir, le quema pensar que no tendrá tiempo para su lectura.
Asunción llegó hasta su escuela colmada de unas ilusiones, que fueron deshilachándose con el tiempo. Trabaja con los alumnos menores durante el día y con los mayores en unas clases nocturnas de alfabetización, que aborrece porque las siente inútiles. Tiene ganas de decirles a sus alumnos que no merece la pena el esfuerzo, que de nada les servirá aprender, porque su destino lo trazó su nacimiento: un determinismo desalentador. Solo piensa en el momento de llegar a su habitación e incrustarse en la novela que está leyendo, recogida entre las mantas, ocupando en el hueco que ha dejado la bolsa de agua caliente recién retirada. “[…] como si un ser vivo hubiera estado en la cama antes que ella, esperándola acaso.” Es una mujer extremadamente metódica, eso la ayuda a sobrevivir, cree que fuera de sí todo cojea y falla. Solo tiene algo más de treinta años, pero siente como si fueran el doble. Ya no quiere sentir, quizás piense que así evitará sufrir.
Daniel, el Monegro, vino huyendo de algo; ahora se afana en trabajar, prueba su suerte buscando monedas en zonas arqueológicas prohibidas. A él no le importan las restricciones, lo impulsan las miserias que ha conocido. Con ambición piensa en la vida adinerada que disfruta Archibal. ¿Por qué no puede ser como él?
La historia va creciendo, pero la acción es reducida, las preocupaciones existenciales se hacen con toda la fuerza de la narración. Los cuatro soportan una pesada carga que les estorba el caminar, no hay división por género. Los cuatro están solos frente a la compleja construcción que es vivir, se ven forzados a optar, y elegir es sufrir. Ellas llevan un sobrepeso, acarreado por la tradición inhibidora.
Alós conoce los tiempos que la rodean y no duda en trasladarlos a sus páginas porque le duelen; la desigualdad social, la injusticia, el desprecio al inmigrante, el conflicto bélico que ha dejado una profunda huella… Es probable que su experiencia personal esté prendida en este relato social con tantos toques pesimistas.
El título representa un fuego que arrasa, todo brotará después, pero será igual de monótono y triste.
Existencias frente a la nada