La cartera -2024- Francesca Giannone
Desde hacía semanas la imagen de la portada me había estado llamando desde los escaparates de las librerías. Detrás de este rostro, sellado con firmeza y serenidad, imaginaba un relato para disfrutar de esa literatura que convierte el tiempo lector en placidez.
Pero mis expectativas se han malogrado.
A la novela le falta escritura y empeño constructivo que la alce. Quizás le han faltado unos meses más retenida en el cajón, avivada un poco más cada día con el impulso creativo.
Una lectura que apenas se apodera del que recorre sus páginas. Con muchas tramas que se entrecruzan. Algunas valdrían por sí mismas el germen de otro relato, otras se han quedado como agostadas. Son huecos por los que se escapa la literatura.
La protagonista, Anna, no tiene demasiado que ver con esta mujer de la pintura en la cubierta. Quizás sí hay algo de ella en ese mechón, de genio inquieto, que se suelta apenas en su peinado. Pero el traje y el broche, sobre todo, me desconcertaban; eran anteriores a su época. Varios años las separan, en efecto, porque este rostro pertenece a Marie Krøyer pintada por su marido, Peder Severin Krøyer. La cara de la mujer acompaña en el cuadro a la de su marido, dibujado por ella misma. El retrato doble se realizó durante la luna de miel de los artistas daneses en 1891, cuarenta años antes de que Anna llegara al sur con su marido.
Las portadas son relevantes en los libros, los envuelven. Con ellas el texto toma cuerpo, es como si lo escrito saliera del anonimato que lo inundaba, cuando solo estaba en un archivo o sobre unos folios. Las portadas tienen que estar conectadas con las palabras que escoltan. En este libro no se ve lazo alguno que las una, solo que la protagonista es una mujer, pero eso es demasiado pobre.
La novela se abre con un prólogo localizado en 1961. Unos detalles que se encuentran prendidos al contenido que irá goteando poco a poco después.
Ha muerto la cartera. ¿Quién es esa doña Carmela que se regocija o esa Giovanna que llora? Roberto, su hijo “se balanceaba cerca del ataúd, fumando un Nazionali sin filtro tras otro”. Sorprende que no se le vea apesadumbrado, a pesar de tener a su madre difunta ahí al lado. Y es que el personaje de Roberto no queda bien perfilado en la novela, es como un muñeco roto.
Giovanna le cuenta al hijo cómo la cartera le ayudó a tejer una historia de amor detrás de los sellos de correo. Cuando lees el libro te das cuenta que jamás hubiera conservado Giovanna tan buen recuerdo de aquella relación amorosa.
El velatorio se haría en el jardín como aquella mujer singular que llegó del norte dejó dispuesto. El jardín, cuando empieza la historia, promete mucho, pero se queda reducido a las tazas de leche que se toma cada mañana al cobijo de los granados. Como a muchas otras partes del libro le falta el acabado. Ese que procede de un trabajo intenso que le saca el jugo a las palabras y a los sentimientos que portan. No ha sabido crear un espacio lleno de magnetismo, que hubiera cementado la personalidad de Anna.
Junto al féretro el mortero que se trajo de Liguria casi treinta años atrás. En el propio féretro dos pares de calcetines de recién nacidos, uno rosa y otro azul. Y el anillo de boda de Carlo que ella llevaba siempre puesto junto a su alianza. Tampoco estos objetos ganarán en la obra la fuerza sugerente que se les imagina en estas páginas preliminares.
“Quien sabe si vendrá el tío Antonio, se pregunta Roberto. […] Su madre y su tío no se hablaban desde hacía nueve años, después de aquella noche.” ¿Qué sucedió? Esto sí es sugerente en este inicio, pero tampoco alcanzará el peso que ahora se presume.
En las páginas que siguen irán tomando cuerpo vidas, personajes y objetos, sin embargo nunca se va a sentir la punzada profunda de la palabra insondable que te eleva y te lanza: placer de leer.
“Lizzanello (Lecce)
Junio de 1934
El autobús de línea azul oscuro, destartalado y oxidado, se detuvo chirriando en el asfalto ardiente de primera hora de la tarde. El viento, húmedo y bochornoso, hacía ondear las hojas de la gran palmera que se alzaba en el centro de la plaza desierta. Los tres únicos pasajeros que había a bordo bajaron.”
Son Anna, Carlo y el pequeño Roberto. Un comienzo prometedor. Apenas vamos a saber nada de la vida de Anna y Carlo antes de subir a ese autobús allá en el norte. Eso deja un poco descarnados a los dos personajes. En realidad los demás tampoco se encuentran muy desarrollados. Quizás son demasiados y se cae en lo arquetípico.
En este pueblo del sur, donde nació Carlo, se van a encontrar con el hermano de él y con su familia; a la vez el marido se dará de bruces con su pasado, que quizás hubiera preferido olvidar. La mujer fuerte, decidida, independiente que es Anna irá librando una batalla contra esta Italia atrasada. Pero es el lector el que tiene que construirla a partir de las vaguedades que le proporciona el texto.
Entre escenas, que más parecen de un drama actual de Hollywood, Anna concursa para ser cartera. No se sabe muy bien por qué, en realidad la autora no se adentra demasiado en todas las posibilidades que esta profesión le hubieran proporcionado.
Demasiados baches, más de un anacronismo, en esta historia de amor callada, bastante forzada, que se sustenta en lecturas, y que se va enganchando con otros relatos sentimentales, junto a pequeñas estampas entre costumbristas y emotivas. En ningún caso se vislumbra solidez. Demasiados hechos previsibles.
Todavía le faltaba un largo trecho a La cartera para alcanzar solidez literaria.
Comentarios
El título puede ser una…
El título puede ser una buena orientación, es verdad; como la portada. Pero lo que está claro es que hay que elegir con mucho tiento, porque hay mucho que leer, y aparecen demasiadas obras que no interesan.
La cartera